La evolución del cuento en la era moderna ha ido a la par de muchos de los fenómenos, adelantos y factores sociales. Se puede decir que a partir del siglo XIX, el cuento dejó de ser lo que era para convertirse en otra cosa. Y es que desarrolló características propias, un estilo muy personal y una autonomía de género que empezaron a diferenciarlo del cuento popular que hasta la fecha se practicaba. Quizás uno de los rasgos más significativos que adquirió fue que dejó de ser una narración moralizante, una historia con moraleja incluida. Dejó de educar reevaluando el sentido didáctico que tenía y empezó a caminar por terrenos pantanosos y más inhóspitos, cercanos a la condición humana. Desde luego que este cambio trajo consigo una propuesta estética diferente. Esta apuesta estética como de concepción, atrajo a nuevos lectores que vieron en él, un género renovado que contaba hechos sobrenaturales o reales, pero con una fuerza que era imposible eludir. El género se vio beneficiado por factores clave que lo harían convertir en un género mayor. El desarrollo de la imprenta y de las publicaciones en masa, la innovación de subgéneros como el policíaco, psicológico, terror, fantástico, hicieron que su evolución se diera con mayor rapidez. La gran cantidad de escritores que empezaron a practicar el género consolidó al cuento en la era moderna. El terreno era fecundo y estaba dado para que surgiera uno de los grades cuentistas de la historia: Antón Chejov. Este médico Ruso nacido en 1860 removió los cimientos del cuento. Para él la historia no tenía que empezar con “Había una vez”, ni ningún protocolo que paralizara el tiempo. Chejov iniciaba sus relatos de repente, como el fluir de la vida.
Era contundente el cambio en la descripción, los espacios, las acciones, los personajes, las circunstancias. Pero lo más arriesgado que realizaba era cuando concluía esas historias. Terminaba en forma elíptica, sin que el final importara mayor cosa porque lo peor estaba por comenzar. El lector completaba la historia. Chejov echó a andar la maquinaria estética y conceptual del cuento moderno. Posteriormente llegarían grandes cuentistas a lo largo del siglo XX, manteniendo el mismo concepto estético y de estilo como Kafka, Faulkner, Hemingway, Nabokov, Capote, Patricia Highsmith, Raymond Carver. Y latinoamericanos como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Juan Rulfo, Augusto Monterroso, Rubem Fonseca.
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